El oficio de moldear consciencias

Fictizia fue una academia de formación para profesionales del sector digital en la que impartí dos ediciones del máster de diseño, desde octubre de 2020 hasta julio de 2021. Cerró hace un par de semanas. Sirva este post de requiem.

Acción-reacción

En febrero de 2020 volvía yo a Madrid en uno de esos autobuses viejos que huelen a perfume y tabaco con una mochila a los hombros y un par de libros en la mano. Había pasado unos días en la costa con mi familia. O con un amigo. O con un amante. No me acuerdo.

Sí recuerdo que la señora que iba sentada a mi lado me dijo:

Pareces un profesor con esos libros y las gafitas.

Ciertos condicionantes genéticos unidos a 16 años de mal uso de pantallas desembocaron en que en diciembre de 2019 mi óptica de confianza me recomendase empezar a usar gafas. Poco después recibí una llamada de Ángel Corral, el aquél entonces gerente de una academia de formación para profesionales de la industria digital llamada Fictizia. Ángel y su equipo llevaban casi 10 años formando a la gente que vive o frecuenta la capital del Reino en la creación de gráficos en tres dimensiones, de efectos especiales para cine y televisión, en las distintas ramas del desarrollo de software y en el diseño de producto digital.

Casi 10 años moldeando consciencas, que dirían algunos.

La razón de la llamada: necesitaban un par de manos adicional para impartir la próxima edición del máster en experiencia de usuario (UX) y diseño visual de interfaces (UI). Un par de manos unidas a un humano, quiero decir. En la línea espacio-temporal en la que estoy escribiendo éste post han pasado ya 6 años desde que conocí a Ángel Corral. Sería el año 2015, y estaría yo dando mis primeros pasitos profesionales en la industria de posicionar píxeles. Desde entonces, he ayudado a unas cuantas empresas y personas a vender más bienes y servicios, ingresado algún dinero en mi cuenta bancaria y aprendido un truco o tres. Y posicionado un montón de píxeles, también.

No sé cuándo decidió Ángel que mis manos eran el par que necesitaban, pero tampoco le dí muchas vueltas. Llevaba tiempo observando la industria, quejándome de la praxis poco rigurosa, del trabajo mal pensado y peor rematado, buscando referentes en los lugares equivocados. En absoluto pensaba llegar y arreglarlo todo yo solito, pero vaya que si pensaba poner mi granito de arena. Minutos después de colgar cogía el siguiente autobús, ésta vez camino a Plaza de España, en el corazón de Madrid. Un estrecho portal y dos tramos de escaleras separaban la calle de las instalaciones de Fictizia, donde Ángel solía recibir con una sonrisa a alumnos, profesores y curiosos.

Cuando todavía nos dábamos la mano

Aquél día conocería a Mike, el humano encargado de decidir qué se aprendía y cuándo en el máster de diseño. Su carga de trabajo en una conocida consultora digital le estaba dificultando seguir el ritmo del máster. Ya sabes, la revolución industrial y sus consecuencias. Tras revisar el temario, el formato, alcance, objetivos, dedicación, el presupuesto e intercambiar dos o tres cotilleos sobre quién hace qué y cómo, nos apretamos las manos y nos pusimos ídem a la obra.

No literalmente, claro. Ni en ese mismo momento. Porque yo me fui a casa, realmente. Y Mike se fue a dar su clase. Y después pasó un tiempo, puede que semanas. No me acuerdo. Sí recuerdo que empecé a apuntar notas sobre conocimientos que en algún momento adquirí y a relacionarlos con la estructura que Mike había diseñado para el máster. Ya sabes, lo de knowledge in the world y todo eso.

Pronto liberaré todas esas notas. Puedes seguirme para enterarte cuando lo haga, y de paso seguir a Diego, otro ex-profe de Fictizia que anda con un proyecto similar y seguramente mejor.

Nuestra primera edición conjunta empezaba en marzo de 2020. Pero ya sabes lo que pasó en marzo de 2020. Si por aquél entonces estabas indispuesta y no te has enterado, no seré yo el que te lo cuente. Prepárate una tila, ponte cómoda y búscalo en tu buscador de confianza. Finalmente empezamos en octubre de 2020, terminando en marzo del 21. La primera mitad la daría yo, centrándome en la parte más práctica: diseño de interfaz visual, manejo de herramientas, breve contexto de la industria (estado del arte, expectativas laborales…), prototipado y alguna cosilla más. La segunda mitad la daría Mike. Pero nunca la dió. Ahora te cuento por qué.

Primero te voy a contar la montaña rusa de emociones que fue esa primera edición.

La montaña rusa de emociones

Estuve una tarde con Ángel aprendiendo cómo da uno clase en plena pandemia. Parte del alumnado vendría a las instalaciones de Plaza de España, y otra parte seguiría la clase desde su casa por videollamada. Todo el mundo estaría conectado a la misma llamada de Zoom. Yo estaría sentado en la silla del profe, con la cámara y el micro activos, así que, para que los remotos me pudiesen ver y oir, no me podría levantar para pasear por la clase o montar numeritos como en El club de los poetas muertos.

La gente del aula tendría la cámara encendida y el micro apagado, teniendo yo que controlar las entradas y salidas de audio en tiempo real: si alguien que estuviese en el aula quería hacer una pregunta, para que le oyesen los remotos yo tendría que activar el micrófono de su ordenador desde mi mesa de mandos… Pero entonces el sonido entraría por su micro y saldría por mi altavoz, colándose por duplicado a través de mi micrófono y dejándonos sordos a todos.

Si yo desactivaba mi altavoz, no oiría a los remotos preguntar, ya que su voz salía a través de mi ordenador. No usaba cascos para que la gente que estaba en el aula les escuchase también. El truco era mutear mi ordenador únicamente mientras alguien que estuviese en el aula preguntaba, lo que reducía un poco el dinamismo, pero… No se puede tener todo.

Ocasionalmente habría algún contacto con positivos que nos obligaría a movernos temporalmente a full remote y dar las clases desde casa con un setup completamente distinto, para más inri.

Dando clase desde casa, Elena se agobia al ver un prototipo con muchos enlaces

Suena un poco complicado… Porque lo es. Suerte que cuando era joven pasé unos meses realizando un programa en directo desde un sótano en Lavapiés. Más o menos sabía a qué me enfrentaba, y podía solucionar problemas técnicos en tiempo real. Qué coño, un día no pudo venir al estudio uno de los presentadores y se me ocurrió coger un par de fotogramas de programas previos, recortar su silueta, aplicarle un filtro con After Effects y convertirlo en holograma, pinchando su voz via Skype.

El holograma improvisado

Solucionada la parte técnica, lo único que quedaba por hacer era mantener la atención de un grupo absolutamente heterogéneo de casi una docena de personas durante 3 horas, tres días a la semana, hasta completar las 150 que duraba la formación. Eso, y asegurarme de que nadie se quedaba atrás, de que todo el mundo aprendía, de que estaban todas contentas y animadas y de no soltar ningún improperio. Al fin y al cabo, las videollamadas se grababan para futura referencia.

Mi estrategia desde el principio fue ponerles a los mandos de un coche sin haberles explicado qué era un volante. Cuando descubrían una palanca o un botón nuevo, les explicaba para qué servía. Les pedía resolver problemas con las herramientas que tenían. A veces descubrían una nueva, y otras les bastaba con lo que ya sabían. Observé muchos aha moments, pero me equivoqué. Para algunas personas, esta estrategia es excitante y se siente como un reto. A otras, la ansiedad les impide avanzar. Como en tantas otras cosas, en la moderación está la clave.

Cometí muchos errores de novato, claro. Quería que supieran que no hay un solo camino, ni hay uno bueno y otros malos. Quería que supiesen que hay mucho trabajo, y que aunque no es oro todo lo que reluce, hay oportunidades para hacer las cosas bien, pasarla bien y (eventualmente) encontrar unas condiciones laborales que (la mayoría de) nuestros padres y madres no se habrían imaginado nunca. Pero no se puede contar todo eso el primer día, cojones. Y eso es exactamente lo que hice: bombardearles con información nueva y palabras confusas: CRO, UI, VUI y GUI; VFX, IxD, UX, y xXx–tremenda película protagonizada por Vin Diesel.

Dicen que el samurái novato está deseoso por empuñar la espada, mientras que el maestro gana batallas sin desenvainarla siquiera. O algo así.

El primer día, algunas salieron emocionadas por las cuasi infinitas posibilidades que se abrían a su frente. Las del reto. Otras, absolutamente desmoralizadas por la cantidad gigante de información nueva que procesar. Las de la ansiedad. Dentro de los dos grupos ya veía a gente que destacaría y gente que me costaría un esfuerzo extra, al margen de mi estrategia. Un nivel de dificultad extra para el joven Ivo.

Un grupo absolutamente heterogéneo

Como decía, en mi primera edición me tocó un grupo muy dispar. Había gente con experiencia en diseño gráfico y gente que apenas había tocado un ordenador. Gente extrovertida y preguntona. Gente introvertida y reacia a participar. La primera semana ya estábamos jugando con Figma, y se podían intuir las expresiones de confusión bajo las mascarillas al explicar las diferencias entre grupos y frames.

Uno de los mayores retos en esta fase fue evitar que la gente más inquieta se pusiese a jugar y experimentar con la herramienta por su cuenta a destiempo. No podemos ponernos a aprender trucos con el skate antes de aprender a frenar, que luego cogemos velocidad y nos la pegamos. Enseguida vi progreso en todos los niveles, y mi primer indicador de que no lo estaba haciendo del todo mal fue cuando abrieron su primer prototipo interactivo en sus teléfonos.

Ojalá poder reproducir aquí las caras que pusieron al ver que podían interactuar con sus creaciones. Al terminar ese día, un alumno me dio las gracias por el dinamismo de las clases y la sensación de progreso.

Íbamos por el buen camino. O eso pensaba yo.

Algunos polluelos se caen del nido…

Hace algunos veranos, saliendo de casa, me encontré un gorrioncito tirado en la acera. Se movía de forma errática y parecía tener algo roto. Al parecer, las olas de calor en agosto hacen que, desorientados, se caigan del nido. Normalmente no sobreviven a la caída, pero yo lo llevé al veterinario de todas formas. Nunca hay que tirar la toalla… Hasta que el veterinario te dice que no hay nada que hacer. Yo fui uno de los (más o menos) 30 polluelos que se cayó del grado en Comunicación Audiovisual de la UC3M en 2014, y el decano fue el que me confirmó que no había nada que hacer.

El ~30% de los alumnos son expulsados cada año por no aprobar ésta asignatura. Poder presumir de excelencia tiene un coste: el futuro de los alumnos menos aventajados en algunas materias. El sistema funciona.

(…)

Conectar con algunas de las personas que seguían mis clases por videollamada fue bastante difícil. Intenté contactar en privado con una de ellas varias veces, pero la aparente falta de interés me acabó llevando a darla por perdida. Hasta que un día recibí un mensaje en el que me contaba una situación personal que le estaba generando un estrés insoportable, y que le costaba mucho concentrarse en clase. El horario, de 19 a 22, tampoco ayudaba. Sabía que se estaba quedando muy atrás, y me pedía disculpas por si había pensado que simplemente había perdido el interés.

Organizamos una pequeña tutoría de fin de semana para ayudarla a ponerse al día, y vi cierto progreso en los meses posteriores, pero he de confesar que nunca conseguí engancharla del todo. No sobrevivió a la caída.

Se sintió como un pequeño fracaso personal, porque al principio del máster les conté a las alumnas que mi compromiso con su futuro laboral iba más allá de lo profesional. Quizá me equivoqué con ese enfoque. No lo sé. Para mí no era solo un trabajo. No lo hacía solo por el dinero. Quería darles la guía que yo eché en falta cuando me inicié de forma autodidacta. No tuve recursos para seguir con mi formación reglada (podría haber continuado en otra universidad), y aunque los hubiese tenido, nunca me he desenvuelto bien sentado en un aula.

Lo pasé francamente mal, siempre dudando de si lo que hacía estaba bien, no sabiendo cómo hacer que mi carrera avanzase… Imagino que habrás oído hablar del síndrome del impostor. Quizá, dando clase, me costó establecer los límites. Uno no puede tomarse la imposibilidad de alguien para seguir el ritmo como un fracaso personal. Tampoco la falta de voluntad, en otros casos. Al fin y al cabo, el trabajo del docente, según como yo lo veo, es facilitar la información y su comprensión. El alumno debe solicitar facilitación adicional en caso de que la compresión falle. Y el nivel de dedicación que puedes dedicar a cada persona es inversamente proporcional al número de alumnos, como bien explica aquí Olga:

Pero los polluelos se siguen cayendo, y la última vez que me encontré uno en la acera, no me paré a recogerlo. Me estaré haciendo viejo.

…otros levantan el vuelo

La misma distribución se cumplía en mi clase, y no creo que fuese casualidad. Aquella asignatura de economía me enseñó dos o tres cosillas, alguna de ellas bastante útiles: el principio de Pareto, las distribuciones normales… Un cuarto de las alumnas eran excepcionales bien por talento, por dedicación o por ambas. Otro cuarto estaban relativamente ausentes. El resto, seguía el ritmo con más o menos facilidad.

Me consta que las formaciones en diseño sulen centrarse a partes (des)iguales en resolución de problemas y construcción de interfaz. Yo intenté enfocar la mía en la colaboración con desarrollo de software y negocio, también: pensar en cajas, soluciones mínimas, evitar modelos de interacción complejos; priorizar las soluciones multiplataforma y evitar escribir código cuando fuese posible. Pensar como desarrolladoras agiliza la cadena de montaje. Ser conscientes de que desarrollar cuesta dinero y capital humano evita malgastar recursos.

Quizá por ello tres personas, Robe, Luisa y Jose Ángel, decidieron matricularse también en el máster de desarrollo front-end. Les sigo la pista de cerca, porque estoy seguro de que harán cosas chulas.

Se cumplió también el cliché de la alumna tímida que resulta ser excepcional: Cris Cerezo, que ahora lidera el proceso de diseño en Bildia, me mandaba constantemente revisiones del trabajo que había hecho en clase buscando feedback. Le echaba horas en casa. Practicaba. Prestaba atención. Preguntaba. Sus diseños no eran visualmente espectaculares, pero sí presentaba variedad de soluciones con pequeñas iteraciones. Al fin y al cabo, no somos artistas, somos técnicos.

Éste tío lo explica en un tuit mejor que yo en 2.000 palabras:

¿Y qué pasó con Mike?

El bueno de Mike estaba absolutamente absorbido por el trabajo, y poco antes de navidad nos avisó de que o se bajaba del carro, o implosionaría. Implosionar es un problema ya de por sí, especialmente si no lo va uno buscando, pero unido al hecho de que en enero empezaba su parte del máster lo convertía en un problemón. Pero somos gente resolutiva, así que cogí el teléfono y llamé a mi querido Lambiris, que lleva diseñando y dando clase desde la noche de los tiempos, para ver si podía y quería sustituir a Mike.

Yo ya tenía bastantes notas y recursos del contenido que impartía Mike, y Lambiris tenía muchísimo material lectivo de esos mismos temas, así que la transición fue, en las inmortales palabras del poeta, suave suavesita. Suave, y como la del 75: se perpetuó indefinidamente sin cuestionamiento ninguno, coordinando yo la siguiente edición e impartiendo Lambiris las mismas materias. Todo atado y bien atado. Añadí un par de bloques al temario, quité otro par y pulimos las prácticas y la estructura basándonos en el feedback que dejaron las alumnas de la anterior edición.

Y como todo lo bueno se acaba, cuando ya lo teníamos todo listo… Se acabó Fictizia.

Todo lo bueno se acaba

Fictizia siempre se centró en ofrecer formación persencial por la el trato personal y cercano y las condiciones inigualables de un aula correctamente equipada y ambientada (luz, sillas…), pero la pandemia acabó con la matriculación, tanto online como presencial. No se puede competir con bootcamps donde usas tu propio ordenador y las instalaciones son prestadas… O inexistentes. El menor número de alumnas en nuestra segunda edición juntos unido a un mayor márgen para planificar y a la data de la anterior edición nos ayudaron a bordar la segunda.

Desde el principio noté que avanzábamos a mejor ritmo, que los contenidos se entendían mejor, que los niveles de frustración de las alumnas eran más bajos y que los resultados de las prácticas tenían mayor nivel de detalle y/o más pensación detrás. Dicen por ahí que los resultados de una clase no dependen tanto del tamaño de la misma como de la calidad del docente. Una vez más: ni tanto, ni tan calvo.

Lo más valioso que me llevo de esta experiencia es que introducir a un grupo de personas en un tema moldea su percepción del mismo. Moldea qué ven y qué no. Condiciona a qué piezas prestan atención, cuáles consideran importantes. Hay que explicar por qué no se puede uno apoyar únicamente en el color para indicar el estado de un sistema: hay gente que no ve los colores igual que tú y que yo. O igual que yo, al menos, que a tí no te conozco. Hay gente que no ve los colores. Hay gente que no ve nada.

Nada es por capricho, ni porque el profe lo diga. Todo tiene su por qué. Si lo sabes, lo explicas. Si no lo sabes, sé honesto. Y si no lo tiene, sí que es un capricho, y por lo tanto se puede discutir.

Sé humilde. Invita al debate.

Estás ahí porque sabes bastante, no porque lo sepas todo.

No eres Dios. Nadie lo es.




Gracias Ángel por ayudarme a ser más honesto, más humilde, más amable. Más humano y menos raro.


In Memoriam (2011-2021)